Confesiones del padre Arturo: Anita I

El inicio de todo…

Mi nombre es Arturo y nunca tuve una vocación sacerdotal. Sin un apoyo económico para seguir una carrera como la medicina me sentí frustrado. La familia de mi madre era muy pesada, las pocas horas en la iglesia apoyando los grupos de catequesis eran un consuelo para mí. Un día el padre Eugenio se acercó a darme una propuesta. La iglesia lo mandaba fuera de la ciudad y requería de una persona que conociera el lugar y lo ayudara con sus obligaciones, me ofreció el puesto de diacono bajo promesa de que en esa provincia podría entrar a una universidad que tenía un convenio con la iglesia. Encantado acepte e hice mis maletas, me despedí de mi familia y partí hacia esta nueva aventura. Ese pueblo no estaba muy lejos de la ciudad y mayormente era ocupado por personas que gustaban de la naturaleza sin esa necesidad de alejarse mucho de la ciudad. No era un pueblo de gente pobre ni uno de gente adinerada.

Empezada mi nueva vida lograba coordinar mis trabajos de la iglesia con mis estudios que era por la tarde, la parroquia constaba de cinco iglesias y un colegio parroquial. Los horarios de misas a veces nos saturaban y el padre no se daba abasto para llegar a todas. Así que empecé a colaborar con él en muchas de ellas, los fieles pensaban que yo era seminarista y muy pronto estaría en capacidad de darles la misa. Un día el padre tuvo una indisposición que le impedía dar la misa semanal y me ofrecí, al principio tuvo dudas de si era correcto dado que no era un sacerdote, pero acepto y desde ese día se me llamo el padre Arturo. De misa en misa y con la pro actividad que me caracterizaba fui organizando la parroquia, nuevos grupos de catequesis y guarderías para los padres que trabajaban. Todo iba bien hasta que llego aquel día.

Era domingo y me quedaba solo en la parroquia limpiando mientras el padre iba a otras iglesias. Cuando se acercó a mí la profesora de la escuela dominical.
-Sucede algo Priscila?- pregunte.
-Padre, debo irme pero hay una niña cuyos padres llegan 2 horas después porque trabajan los domingos.- me dijo preocupada.
-Pobre criatura, déjala leyendo uno de los libros que hay en la biblioteca, cuando lleguen les abriré yo.- dije.
-Gracias Padre, es un santo.- dijo y se retiró.
Terminando de arreglar baje para prepararme un jugo y encontré en el aula a la niña, pelo castaño y por sobre sus hombros, tenía cara de estar aburrida.
-Hola cómo te llamas preciosa?
-Ana,- dijo tímidamente.
-Hola Ana, soy el padre Arturo. Cuántos años tienes?
-Seis.- dijo ella.
-Vaya y porque te ves tan aburrida?
-Porque este libro ya lo leí.- dijo.
-Ahhh, entonces te gusta leer?.- pregunte.
-Si padre.-respondió.
-Entonces espera un momento.

Fui al despacho y saque algunos libros que nos habían donado recientemente otros padres y algunos dejados por la diócesis. Los lleve donde estaba Anita y se los entregue, contenta la niña empezó a leer con mucho interés.
Continúe con mis cosas hasta que alguien toco mi puerta y salí a ver. Era Anita.
-Si , Anita?.-pregunte.
-Padre, quiero ir al baño.- dijo ella.
La lleve al baño privado de la parroquia y espere hasta que terminara por si había algún problema. De repente comenzó a demorar la niña.
-Sucede algo Anita?.- pregunte.
-Padre, se me cayó mi canica debajo del lavadero y no lo puedo sacar.-dijo ella asustada.

Entre y me agache para estirar la mano y ver si podía ayudarla a sacarla. Estaba muy hondo y no podía alcanzarla.
-Se metió muy profundo eh, tranquila que el padre Arturo podrá sacarla.- dije. Acto seguido estire mi mano lo más que pude y en ese esfuerzo me apreté contra Anita que también estiraba su mano inútilmente y en ese instante sentí el contacto de mi entrepierna con las nalguitas de Anita. Fue una sensación extraña, el contacto con Anita provoco que poco a poco se me presentara una erección, me sentí raro, sorprendido que una niña como Anita me hubiera hecho reaccionar de esa forma. Había logrado alcanzar la canica, pero ahora lo que me mantenía en esa posición que se me agarrotaba la mano era ese par de nalguitas bien paradas que me tenían aturdido.
-Padre, falta mucho?- pregunto Anita inocentemente.
-No mucho, Anita…- dije entrecortadamente.- ya casi lo alcanzo.- Reflexione y me di cuenta que no podía seguir así o la niña sospecharía. Saque la canica y se la entregue. Anita se puso muy contenta y regreso al aula a seguir leyendo.

Me quede pensando en lo que había pasado y con la erección aun latiendo me hice una paja pensando en esa niña. Llegaron los padres de la niña y me agradecieron por haberla cuidado, yo les dije que era una niña muy buena y educada, adicionalmente ella les dijo que se lo había pasado bien. Estuve de acuerdo en que podía quedarse después de la escuela dominical y ellos agradecieron gustosos, prometiendo agradecérmelo.
Reflexione sobre ello, tenía un deber moral pero también llevaba tiempo sin tocar el cuerpo de una mujer y aquí tenía una niña muy linda e inocente para mí solo, por unas horas. Durante la semana fui planeándolo todo. Hasta que llego domingo…
Anita como la semana pasada estaba leyendo un libro de la parroquia después de clases, me acerque a ella.
-Hola Anita, leyendo otra vez eh, no te sientes sola?- pregunte.
-Un poco padre.- dijo con esa vocecita cándida.
-Te hago compañía, mira traje un libro con figuritas desglosables de la Biblia. Puedes ver como sucede jalando esto.- le dije mostrando un libro que había conseguido de unos donativos especiales que pedí a un padre retirado.
-Si padre.- dijo contenta y sorprendida al verlo.
-Pues ven, siéntate aquí conmigo y leeremos este libro, hermosa.- le dije mientras la sentaba sobre mi regazo. El libro era largo pero no muy ancho y eso le permitía a ella sostenerlo con sus dos manitas. Al sentar esas nalguitas sobre mí provoco la reacción del monstruo que albergaban mis pantalones. Pasaban las páginas leyendo y ella miraba sorprendida cada vez que la jalaba una cuerda y mostraba alguna escena, mientras yo me encontraba totalmente ido, aturdido por el contacto con esas nalguitas.
-Y como ves Anita, las niñas buenas hacen caso a lo que dicen los padres. Así Diosito no se molesta.- le decía y en eso no pude aguantar más y le levante la faldita.
-Padre.- dijo Anita tratando de quitar el libro y ver qué pasaba debajo.- Mi faldita…
-Anita…- le dije impidiendo que bajara el libro.- cuando el padre lee no se interrumpe, eres una niña buena?
-Si padre.- dijo mansamente.
-Pues bien, no te preocupes nada aparte del libro. Las niñas buenas siempre obedecen.- dije y jale una cuerda y salió otra figura.- Mira esto, que bonito eh.
-Si padre.- dijo mirándolo. Comencé a mover suavemente sus braguitas.- Padre, se siente raro.
-Tranquila Anita, es el efecto de ser una buena niña, no te preocupes de eso, recuerda que debes hacerme caso si eres una niña buena.- dije y continúe el manoseo. Saque un frasco de lubricante de mi bolsillo y unte un poco en su vaginita retirando sus braguitas.
-Jijiji, padre, hace cosquillas.- dijo Anita.
-Lo sé, eres una buen niña…- dije mientras le masajeaba su vaginita. Ella sostenía el libro que impedía que viese lo que ocurría debajo de este y me daba libre albedrío. Continúe esparciendo lubricante hasta que ya no pude más. Baje el cierre de mi pantalón y libere a la bestia hambriento de niña que tenía, coloque mi verga totalmente erecta entre sus piernitas, debajo de su vaginita.
-Y así Dios premio a…, los premio…, ehhh.- tartamudee totalmente aturdido por el contacto de mi miembro con su rajita.
-Padre?- pregunto ella tímidamente.- Esta bien?

Sudoroso y con la mente en otro lado empecé a intentar mover sus piernitas haciéndome una paja con ellas y sus rajita. La niña tímidamente me miraba balbucear y jadear por la excitación.
-Si Anita, eres una buena niña, Diosito está contento contigo.-le dije.- Buena niña… sigamos leyendo… ohhhh…- no pude más y me corrí manchando el libro y el piso. Recobrando la cordura, la limpie con un pañuelo, fingiendo leer mientras ella volvía a parecer más tranquila.
Llegaron sus padres y ella se fue contenta de haber pasado el día divirtiéndose. Yo por mi parte satisfecho de haberle sacado provecho a esa niña. Empezaba a surgir algo dentro de mí que desconocía cuanto llegaría a influir. Pero eso será motivo de otra historia. Hasta entonces.

Acepto opiniones siempre que sean con respeto.

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