Confesiones del Padre Arturo: Exilio parte 5

Empezamos con la peque;a rubiecita.

…………….

Mi poder en aquel pequeño pueblo que me acogía en mi Exilio fue creciendo conforme pasaban las semanas. La obra de la presa iba escalando en complejidad y a pesar de que inicialmente estaba proyectada para 8 años, nuevos contactos y presiones políticas obligaban a que dicha obra fuera culminada en mucho menor tiempo… ¡Ahora pretendían que estuviera lista en 4 años!

Aún recuerdo mi llamada a Isaías un lunes por la mañana, cuando le comuniqué si podía intervenir con esta nueva dificultad, puesto que varios del concejo municipal estaban muy tensos con este nuevo cambio y acudieron a mí en busca de ideas.

Sin embargo, su respuesta no me fue de mucha ayuda:

“Esta es tu oportunidad, muchacho… Su Eminencia querrá saber cómo tomas este nuevo cambio a tu favor. Como logras aprovechar las circunstancias para avanzar en tu proyecto.”

Y al principio yo me preguntaba como lo iba a hacer. Este nuevo cambio traía mucha preocupación en las autoridades del pueblo y de la empresa encargada de su construcción.

No eran muchas personas a cargo, además de los principales jefes, estaban los Dubois que estaban a cargo de toda la parte de ingeniería y eran cabezas del proyecto.

¿Qué quiénes son los Dubois? Pues para los que no recuerden, así llamo a los que son los padres de Francesca. Aquella nenita que había llegado hace unas semanas y en poco tiempo se había robado mi corazón, al punto de tenerla como uno de mis “objetivos” prioritarios.

La familia Dubois de ascendencia francesa que llegó a la ciudad se alojaba en una de las propiedades de un concejal del pueblo, familiar directo del alcalde. Además, claro, de ser un asiduo feligrés.

Dicho familiar era también el patrón de la hermana Ada, quien era ama de llaves en una de sus propiedades. La hermana estaba a cargo de las labores de esa casa mientras los Dubois trabajan en el proyecto, y como recordarán, entre sus funciones también estaban las relacionadas el cuidado de la pequeña Francesca.

Aquella casa que solía visitar para reunirme con el alcalde y su familiar, ahora albergaba a esa hermosa criatura angelical de cabellos dorados y ojitos verdes tan llenos de candidez que puede deleitarte eternamente con solo mirarla fijamente… ¡Divina criatura!

Y es que, a sus 6 añitos, la nenita era una muñequita hermosa e inocente, que gustaba mi contacto en su escuela, sobre todo cuando la llamaba a solas para reemplazar a Susi en sus labores de “delegada” de la clase, momentos en los cuales aprovechaba para tocarla muy sutilmente.

Estaba muy deseoso estaba por enseñarle tantas cositas nuevas, sin embargo, tampoco deseaba fallar en mi primer acercamiento directo. No podía permitirme un fracaso con semejante belleza infantil, que me tenía completamente obsesionado… requería que se dieran las circunstancias adecuadas para poder avanzar con aquella nenita minimizando el riesgo al mínimo… ¡y parecía que al fin se empezaba a alinear todo para ello!

En aquella casa donde vivían Francesca y sus papitos, no solía residir el concejal que les había prestado alojamiento, y la ama de llaves (la hermana Ada) se pasaba ocasionalmente sirviendo como apoyo en la crianza de la niña, ya que el concejal contaba con otras propiedades donde la hermana también debía cuidar.

Con todo su trabajo como encargados de la obra de la presa, los esposos Dubois apenas veían a su hija por las noches y fines de semana. Aun cuando se daban tiempo para supervisar el avance de sus estudios, no era que estuvieran todo el tiempo vigilándola. Francesca solía pasar las tardes, solita, aguardando que llegaran sus papitos. La hermana Ada solía hacer sus rondas ciertas horas y ocasionalmente llegaba para traerle los materiales que necesitaba y/o prepararle la merienda y la comida para todos los Dubois.

¡Vaya desdicha! Si no fuera por sus papitos llegando tarde, casi se podía decir que la pobre niña se la pasaba después de la escuela sin salir a jugar ni alguna compañía dentro de la residencia.

De todo esto me fui enterando poco a poco, a menudo que Francesca se abría más a mí, en sus visitas a mi oficina reemplazando en ocasiones a Susi. Como sabrán, yo maquinaba todo para que pudieran presentarse aquellas ocasiones donde una reemplazaba a la otra, y de esa forma no solo me acercaba a la niña de mis sueños, sino que creaba en ella la idea de que podía aspirar al puesto de mi culoncita misionera Susi.

Regresando al problema inicial del adelanto para la culminación de la presa. Aunque al comienzo solo vislumbraba preocupaciones mías y del resto de autoridades con el nuevo adelanto fijado por el Ministerio. En ese entonces se pensaba que la empresa podría abandonar el proyecto debido al nuevo cambio de condiciones. Incluso los Dubois y otros representantes de la empresa constructora, esperaban el llamado de sus jefes respecto a este nuevo cambio en las condiciones. Todo era incertidumbre.

Sin embargo, la contratista no renunció al proyecto, sino que optó por enviar mayor apoyo financiero, mano de obra y material logístico a la obra en cuestión. Para ello, se proveyó del envío de nuevo personal y el adelanto en las obras para la construcción de la nueva carretera que era un proyecto secundario a la construcción de la presa.

Todo esto parecía bueno y avizoraba nuevas expectativas en cuanto se pudiera acabar todo el proyecto. Quizás no se lograría en 4 años, pero sí lograban extenderse a lo mucho un par más sería tolerado si se veía un gran avance al termino de los primeros 4.

Fue allí, que vislumbré mi oportunidad. O al menos, la primera oportunidad para sacarle provecho a todo el asunto.

Como les decía, dichos cambios en el proyecto obligaron a que las cabezas le dedicaran mucho más de su tiempo. Presionados por sus pares en el extranjero, era inminentemente necesario que la construcción de la carretera estuviera lista con prontitud, ya que ella serviría como apoyo para el acceso continuo al pueblo.

Recuerdo la última reunión en casa del alcalde. Estaban varios concejales, los Dubois y otros encargados del proyecto, además de mi persona.

¿Qué hacía un sacerdote en tal reunión? Pues recordarán que no soy un simple sacerdote. Ya en ese punto, la parroquia tenía un fuerte apoyo de las autoridades que veían con buenos ojos el apoyo de la Iglesia en un pueblo muy católico.

Además, que al parecer su Eminencia tenía varios contactos con los verdaderos dueños de la constructora que estaba a cargo y al parecer había sido decisivo para que esta ganara el proyecto. Me pregunto si también los dueños formarán parte del “Club”. ¡Quién sabe! Pero mejor dejemos eso para otro momento.

En la reunión que os cuento se acordó que las autoridades y personal de la empresa (incluyendo a los encargados del proyecto) deberían supervisar con mucha más severidad todos los avances de dicha carretera para que estuviera lista en el menor tiempo posible. De esa forma, el acceso al pueblo para los camiones sería mucho más fluido y permitiría que los proveedores demoraran menos con las entregas de los materiales para la presa.

Y entre esas medidas, se acordó que todo el personal debería trasladarse a la ciudad contigua que serviría como campamento para todos los encargados del proyecto. Sería a lo mucho dos meses para que pudieran poner todo en orden y la obra pudiera encaminarse, sin embargo, se requería2 que dicho mes tuviera una dedicación exclusiva por parte de absolutamente todo el personal.

Vislumbré el rostro de preocupación de los Dubois al finalizar la reunión y opté por seguirlos, ofreciéndome a quedarme charlando con ellos en la casa del alcalde para escuchar sus preocupaciones.

Tras una larga conversación donde me relataron que de seguro tendrían que mudarse junto a su hija debido a que no podían dejarla sola por dos meses, opté por prometerles una solución a sus problemas. Invitándome para un almuerzo en casa del concejal, les comenté que les revelaría mi plan dicho día, alentándoles a rezar para que pudiera cumplirse todo lo que estaba preparando “en su beneficio”.

Aún recuerdo claramente aquella visita dominical a la casa del concejal. Las casas a su alrededor estaban alejadas por lo menos 100 metros y no se le igualaban en nada a la fineza de su construcción.

Aquella residencia era realmente lujosa. Se notaba que vivía bien de los impuestos de un pueblo muy humilde, pero con evidente potencial gracias a la presa. El interior estaba finamente decorado con alfombras de terciopelo, muebles de cuero y cristalería de lujo. Tenía un patio al centro de la residencia, cubierto del exterior y con un pequeño jardín.

El inmueble contaba con un gran salón comedor en el primer piso, además de varios cuartos que podían servir de oficinas, junto con la cocina y otras habitaciones de servicio. Los dormitorios estaban en el segundo piso y había varios además de los que actualmente se usaban. Evidentemente estos cuartos también eran alcobas de lujo casi de nivel 5 estrellas. En resumen, no podrías encontrar mejor hotel de lujo en este pueblo como la residencia del concejal.

Los Dubois se sorprendieron cuando llegué aquel domingo en mi auto junto con varias maletas, y en compañía de mi ayudante. Mucho más, cuando Paul comenzó a llevar mis valijas dentro de la casa, guiado por la hermana Ada que le indicaba la ubicación de la escalera hacia el segundo nivel.

Rápidamente ingresé con los papás de Francesca hasta la sala comedor de lujo, donde nos sentamos y aprovechaba para ponerlos al tanto de mis movimientos:

Por remodelaciones en las instalaciones de la parroquia, le había pedido al concejal que también me recibiera en su residencia donde actualmente estaban alojados los Dubois. El sujeto estuvo más que complacido de servir de apoyo a la Iglesia.

Rápidamente relacioné la providencia de esta situación con su problema principal que los aquejaba: su inminente mudanza debido al nuevo cambio de planes y el hecho de que su pequeña hija perdiera lo avanzando en una escuela donde se había encariñado en el poco tiempo que estuvo.

Derivé la conversación hacia el desempeño actual de su hija. Y rápidamente comencé a relatarles cada uno de sus logros en la escuela y lo mucho que destacaba, dejando como un agregado que, a pesar de ello, aún era la segunda en su clase. Sin embargo, también les brinde la esperanza de que si tenía la tutoría adecuada podría ser la primera.

A la vez les informé que nuestro colegio parroquial no era como cualquier otro. Les presenté los certificados que me envió Isaías, donde relacionaban esta escuela con la cadena de internados que manejaban en la capital y otras ciudades, y su convenio con la sede en Europa, que era muy bien reputada y de alto status. Una vez dicho esto, fui de lleno con mi oferta hacia ellos:

Con mi presencia en la residencia del concejal, además de los servicios de la hermana Ada para el cuidado de su hija, lograríamos que la pequeña Francesca estuviera bien cuidada e instruida durante la ausencia de la pareja de esposos.

No fue muy difícil pensar como ambos relacionarían los pros y contras de la situación: mi inminente llegada, aquellos dos meses que parecían menos si imaginaban que alguien más velara por su hija, sus estudios y como se verían truncados, lo problemático de otra mudanza temporal… Todo ello sumado a mi iniciativa por llegar hasta ellos y prácticamente dictar el curso de la situación de la forma que yo quería que se dé, fueron evidentemente una buena táctica de persuasión.

Una recomendación mía como directo no solo dejaría bien a su pequeña hija, sino que compensaría el temor que tenían sus padres de estar educándola en escuela de poco nivel. Bajo mi tutela, Francesca podría llegar a ser la mejor de su clase y acercarse más a esa recomendación que le serviría una vez que tuvieran que regresar a su país. Debían de agradecer a Dios y la divina providencia el tenerme a su lado.

Los Dubois quedaron más que complacidos con la idea y agradecieron de sobremanera la deferencia con su familia. Sellamos el trato con un brindis protocolar al cual se unieron muy gustosos.

Sin saberlo, los Dubois estaban dejando a su hija en las garras del lobo que tanto codiciaba a su pequeña de 6 añitos. Confiados de que el párroco del pueblo, con estudios superiores y recomendando por el alcalde, serviría como apoyo e inspiración a la tierna Francesca, aceptaron todas mis condiciones habidas y por haber.

Evidentemente, yo tenía maquinado todo un plan para estos dos meses viviendo bajo el mismo techo que la pequeña Francesca. Me ausenté de la residencia unos días mientras los esposos preparaban todo para su viaje, con el fin de adelantar mi trabajo en la parroquia.

Nunca olvidaré cuando llegué a la residencia del concejal, un día después que los esposos Dubois abandonaron la ciudad. La hermana Ada me abrió la puerta de la residencia para encontrarme en el recibidor a la criatura de mis tormentos…

-‘Bon…’ buenos días, Padre…- esboza un tierno saludo la pequeña de cabellos dorados.

Estaba tan finamente arreglada como esperarías de una nenita muy bien cuidada. Llevaba un vestidito elegante celeste claro, con su espaldita descubierta que te permitía apreciar su piel blanquita y sedosa. Sus piecitos llevaban calcetas blancas semitransparentes sobre unos zapatitos rosa que completaban aquel hermoso conjunto.

-Buenos días, Francesca… – la saludo usando todo mi aplomo posible para mostrarme como una figura de autoridad frente a ella, al mismo tiempo que acaricio su sedoso cabello rubio. La niña sonríe la mar de contenta al recibir mis caricias, prueba de nuestra complicidad que escalaría a niveles insospechados por la tierna infante.

-¿Se quedará a vivir con nosotros, Padre?- pregunta la nenita de seguro ya sabiéndolo, pero queriendo escucharlo de mi boca y ganar una señal de aceptación adulta.

-Así es, Francesca… Como tus papitos ya te han dicho, voy a encargarme de tu instrucción educativa y religiosa…- repito seriamente haciendo gesto de importancia. – ¿Entendido, Francesca?

Francesca, asiente muy sumisa y ansiosa por empezar. Justo hoy parecía vestida como para una fiesta, recibiendo con sus mejores atavíos a su sacerdote, el cual sin que ella sepa tenía serias intenciones de aprovecharse de su preciosa figura.

La hermana Ada ya tenía listo el almuerzo, y una vez concluimos, la misma hermana se encargó de la limpieza, mientras junto a Francesca me dediqué a supervisar su tiempo lectura diaria.

Una vez terminó con la limpieza, la hermana se retiró de la residencia, dejándome a solas con la pequeña niña de 6 añitos.

Contrario a lo que informé a los Dubois, instruí a la hermana Ada para que solo asistiera 3 veces al día: por la mañana para preparar el desayuno, al mediodía para preparar el almuerzo y en la noche para la cena y acostar a la pequeña. El resto de las horas, solamente yo y Francesca habitaríamos la residencia cual si fuéramos una familia. Si debía salir o requería de su apoyo, me bastaría una simple llamada a otra de las residencias del concejal donde estaría la hermana Ada.

¡Así lo había preparado yo y así se cumplió! Ninguno de aquellos adultos cercanos a Francesca objetó algunas de mis acciones. Nadie preveía que era una mala idea dejar a aquella tierna niña en las garras del sacerdote del pueblo, quien la codiciaba desde el momento en que la conoció.

Luego de escuchar como aquella puerta se cerraba miraba a Francesca que usualmente se sentaba frente mío, leyendo su lectura del día. Una vez se escuchaba aquel ruido, la niña levantaba la vista y correspondía mi mirada, entendiendo a la perfección aquella orden tácita.

-Acércate, Francesca…- la llamó con firmeza dando unas palmadas a mi regazo.

-Sí, Padre…- contesta la princesita de cabellos dorados levantándose y caminando elegantemente hasta el sillón donde me encontraba… ¡Que hermoso caminar de la nenita! ¡Parecía casi como si hubiera sido instruida en aquella fina elegancia desde tan tierna edad!

Con suma docilidad y como tantas veces en la escuela, Francesca se acercó hasta mi lado, acomodando su faldita justo antes de depositar su colita sobre mi regazo…

-Muy bien, Francesca… ¿Estás cómoda?

-Sí, Padre…- responde la nenita asentándose bien.

-¿Qué estás leyendo? – pregunto mirándola fijamente.

-“La **** ***”

-¿No es ése el libro que le regalé a Susi?

-Siii, le pedí a mi ‘maman’ que me comprara uno…- responde la nenita regalándome una sonrisa angelical que me dejó apreciar sus tiernos dientecitos de leche.

¡Qué hermosa criatura! La pequeña muñequita me tenía hipnotizado siempre que la tenía muy cerca en el colegio… ¡y ahora más que estaba sobre mi regazo y lejos de miradas indiscretas!

Su fragancia olía a jazmines de primavera, sus tiernos ojitos vedes llenos de inocencia podían hipnotizarme por toda la eternidad. Desde tan cerca podía apreciar su hermoso cuello de cisne, mientras soñaba con recorrer con mi lengua aquel camino hasta su terso rostro de ángel… ¡Joder, qué belleza de niña!

Necesitaba de mi mayor autocontrol para no cometer una locura con aquel tierno ángel a solo centímetros de distancia. Debía mantener mi tapadera de ser aquel sacerdote de confianza del pueblo, director de su escuela y ahora tutor privado encargado de su crianza.

-¿Lograste avanzar hasta la mitad? ¡Magnífico! Se nota que te gustó la historia del misionero *****…- comento tomando el libro mientras aún lo sostenía Francesca, mientras que con mi otra mano deposito mis caricias justo en el nacimiento de su tierno derriere de niña cubierto por aquel vestidito.

-Sí, Padre… me gustó mucho… en especial cuando… -contesta la pequeña animada por ganar mi atención. Rápidamente comenzó a relatarme su parte favorita de aquel texto complicado para una nenita cualquiera de su edad, incluso con sumo detalle y expresividad tal que podía opacar su español básico.

En sus ojitos llenos de entusiasmo podía distinguir aquel amor a los libros e historias que en antaño aprecié en mi recordada Anita. Se le notaba un interés evidente en los libros religiosos y cuanto texto recomendado llegara a sus manitas de 6 añitos.

-Muy bien, Francesca. Como eres una niña muy inteligente, cuando termines ese libro te prestaré uno de mis libros de la biblioteca parroquial…- le prometí haciendo gesto de importancia.

-¡Gracias, Padre! – contesta la criatura emocionándose y regalándome aquella sonrisa encendida que por momentos me hacía perder el control de mis actos.

Su ternura e inocencia eran tal, al punto de que por momento no parecía importarle mis caricias indebidas a su espaldita baja mientras leíamos juntos. Estaba contenta de recibir atención adulta, y más si se trataba de hablar sobre los libros que tanto le gustaban.

Esa era nuestra rutina, así pasábamos las tardes a solas, o leyendo acurrucados en el sofá, o estudiando sus lecciones en la mesa del gran comedor hasta que llegara la hermana Ada para atender a la niña y acostarla. Cuando ella estaba en la casa me mantenía en mis aposentos, mostrando algo de distancia de Francesca, pese a la oportunidad de tenerla a tan solo pocos metros de distancia.

¿Porqué? Seguramente se preguntarán. No era por miedo a ser encontrado, sino para infundir en Francesca el mensaje de que podíamos ser más apegados cuando estuviéramos a solas y sintiera la complicidad de que las cositas que haríamos quedarían como un secreto entre ambos.

Esta rutina duró algunos días. Me dediqué a simplemente ser una figura cercana a la pequeña niña, no solamente como lo que actualmente era: su maestro, sacerdote, y director de su escuela, sino como aquel adulto encargado de sus tutorías y de sus rezos.

Antes de nuestro encierro, la niña ya de por sí estaba muy sola en casa, con sus papitos fuera trabajando y llegando solo en la noche. Pero a pesar de eso a sus 6 añitos era muy responsable y había manejado bien el hecho de no descuidar sus estudios. En responsabilidad casi se asemejaba a una niña de 11 o 12 años, pero aún con su mente infantil de 6 añitos, y tan dócil y obediente como pocas.

Como os dije, fue una semana de acercamiento, sin intentar nada extraño, solo dedicándome a ganarme afectuosamente a aquella nenita que disfrutaba ya no estar sola en casa y por fin tener a un adulto que se preocupaba por ella, ayudándola con sus tareas, leyendo a su lado, comiendo las meriendas en la misma mesa y observándola jugar en el patio (aunque a menudo la acompañaba para no dejarla tan sola).

Nuevamente puse mucho esfuerzo en no cometer algo que hiciera que la pequeña perdiera la confianza en aquella semana de apego mutuo donde fui ganándomela de manera afectiva. Íbamos y regresábamos juntos de la escuela, y cuando me tocaba salir para mis labores parroquiales siempre disponía que la hermana Ada se quedara en casa para que no estuviera solita y procuraba volver a la brevedad. Delegué varias de mis labores en los misioneros quienes simplemente me llamaban para algunas consultas.

Cuando se requería alguna reunión, solía recibir en la residencia a los misioneros y otros feligreses que buscaban mi consejo, con lo cual de seguro Francesca podía notar muy de cerca la jerarquía que tenía en este pueblo. De alguna forma, mostrándole frente a sus ojos mi gran influencia y el respeto que infundía en los lugareños.

Todo lo que hacía os podrá parecer excesivo, y de seguro muchos de ustedes preferirían hacer uso de toda la autoridad que tenía como sacerdote para apresurar las cosas. Sin embargo, en mis planes no solo estaba hacerme ver como una figura de autoridad, sino que deseaba volverme muy cercano a la pequeña. Por lo cual era vital que pudiera ejecutar tales maniobras antes de ir a por todas con la nenita de cabellos dorados.

Así pasó aquella semana de estudio y adaptación a nuestra nueva vida juntos. Y en realidad, fue todo lo que iba a aguantarme… Tener tan cerca y tan al alcance a aquella hermosa niña, me tenía al límite de la cordura… ¡el monstruo hambriento de niña exigía saciarse con su presa!

Finalmente llegó aquel viernes por la tarde, cuando nos encontrábamos en la mesa del comedor, y Francesca terminaba la última de sus tareas (unos dibujos en acuarelas para su clase de arte), quedando libre de sus obligaciones escolares.

Apenas noté aquello cuando me levanté del sofá desde donde la vigilaba y me acerqué hasta su asiento. La nenita me miró ansiosa sabiendo lo que se avecinaba: la lectura del día.

-¿Qué versículos te tocaba?

-Mateo **:** hasta… **:**, Padre.

-Muy bien…-respondo ojeando en la Biblia y señalándole el versículo inicial con el separador de página.

-¿Puedo servirme zumo de naranja, Padre? – pregunta finalmente la nenita.

Aquel zumo de naranja preparado por la hermana Ada llevaba buen rato sobre la mesa, esperando que la nenita me pidiera beberlo como siempre lo hacía en nuestras pausas tras sus tareas.

-Ya tienes 6 añitos, ¿puedes servirte tú solita? – respondo.

-Sí, padre… Sí puedo…

Francesca tomó la jarra y la inclinó apuntando hacia su vaso como tantas otras veces…

¡ZAZZZ!

-¡Ayy!… suelta Francesca sorprendida levantándose, pero sin poder evitar derramarse de todo el zumo en su vestidito verde esmeralda.

Cuando la nenita intentaba servirse la gravedad impulsó el líquido que debía emerger solo por el orificio destinado, pero que en esta ocasión por el contrario empujó toda la tapa frágilmente acomodada, vertiendo el contenido sobre el vestidito de la criatura.

¡Vaya “accidente”! ¡Vaya “infortunio”! ¿¡Quién hubiera imaginado que semejante movimiento estaba fríamente calculado!?

-¡Francesca! ¡Mira lo que hiciste…!

Pardon, pardon, pardon! – repetía la nenita en francés, olvidándose de responderme en español por el nerviosismo de ser regañada.

-¡Rápido! Debemos cambiarte…- reacciono rápidamente, y la tomé de su manita para llevármela conmigo hasta la planta superior.

Pardon, pardon,….! Lo siento, lo siento…- repite Francesca acongojada mientras me la llevaba por el pasillo del segundo piso hasta su alcoba.

Con tremenda emoción, dispongo a escabullirme junto a aquel tierno ángel quien no tenía ni idea que aquel sacerdote había planeado aquel primer “acercamiento”.

Su alcoba era mediana para una nena de su edad, con una pequeña cama al costado del velador, y una mesita frente a la ventana donde la pequeña acostumbraba rezar por su cuenta.

-¡Vamos a cambiarte, Francesca! – repito con voz segura consiguiendo el consentimiento tácito de la nenita quien en aquella situación no se opondría a mis deseos.

Francesca se dejó asir por ambos extremos de su vestidito, cual, si fuera una muñeca, mientras que por mi parte emocionado levanto aquella prenda con la misma delicadeza del feligrés que acomoda los atavíos de su diosa…

¡Magnífico! Ya he olvidado cuantas veces he repetido esto con otras niñas, cuantos vestiditos he tenido la fortuna de levantar, cuantas nenitas me han regalado aquellas inocentes expresiones al ser desvestidas por este afortunado servidor…

Y ahora era Francesca, quien cual delicada ninfa infantil se exhibía semidesnuda frente a este profano perseguidor que la deseaba con locura…

-¡Muy bien, sí, muy bien… PRECIOSA! – exclamo sin poder contenerme y soltándole tal halago.

La nenita sonríe sonrojada ante mi descarado halago (que más fue descarado por la efusividad y el rostro de embelesado con el que se lo dije) al apreciar su delicada figura solo cubierta por su truzita rosa.

A sus seis añitos la nenita estaba perfectamente proporcionada como si fuera una minimodelo de aquellas revistas de niñas finas y bien educadas… ¡Imposible no quedársele mirando con tanta belleza emanando de ella!

Sin pensármelo la tomé de los hombros, y comencé a deslizar mis dedos por todo su cuerpito, bajando desde arriba pasando por sus pechitos los cuales apenas rocé con la punta de mis falanges sintiendo aquella suavidad enloquecedora que estimulaba mis sentidos a tope.

-¿Padre…? Jijij…Me hace cosquillas… Jijiji… sus dedos…Jijiji…-ríe Francesca risueña al sentir mis manoseos a su desnudez, pero sin apartarse.

¡Piel de terciopelo! ¡Proporciones angelicales! La nenita era una obra de arte viviente la cual recorrí con mis experimentados dedos, degustando táctilmente de cada cm de su piel.

-Francesca, ¿no… no traspasó el jugo a tu vestidito? – pregunto solo por inventarme una excusa para seguirla toqueteando, bajo la excusa de irla esculcando por alguna mancha inexistente del zumo que se había derramado.

La nenita me miró con una expresión de duda y aunque aun riéndose por los tocamientos, me dejó que siguiera pasando mis dedos por todo su cuerpito de ángel.

Estuve totalmente ido por vario rato, mirándola por todos lados, manoseando a diestra y siniestra y relamiéndome con descaro, confiado que la inocencia de Francesca cubriría aquel instante de liberación pedófila… hasta que finalmente pude recobrar la cordura.

-UY! ¡Pero mira qué hora es! –le señalo el reloj de mano que llevaba- ¿Sabes que justo ahora debía realizar una labor para nuestro Señor y estoy aquí cambiándote por que te manchaste el vestido? – increpo a Francesca con cierto gesto acusador.

La expresión de Francesca que por un instante parecía divertirse con la repentina atención que había ganado cambio de pronto a una expresión de susto.

-Lo siento, Padre… Pardon… Pardon…- se disculpa mientras juntaba las manitas como si rezara.

Aquellos cambios repentinos siempre me valían para manipular emocionalmente a mis nenitas (mostrándoles ambas caras de nuestra relación), y claro que Francesca no sería la excepción.

-Diosito te perdonara porque eres una buena niña… pero no sin que le agradezcas por saber perdonar tus faltas…

-Si Padre… rezaré cinco Padre Nuestro y diez Ave María…- recita la nenita muy devota, quizás recordando algún castigo que impuse a sus compañerit@s de la escuela.

-Muy bien, Francesca… pero Diosito desea que lo ayudes con algo más… Algo que solo le puede pedir a niñas tan bonitas como tú… -recito al mismo tiempo que Francesca vuelve a sonrojarse por el halago tan directo.

Me gustaba mover los hilos de nuestra conversación, jugando con las emociones de mi nenita objetivo a fin de dejarla totalmente vulnerable a mis palabras. Sabía que, si estaba lo suficientemente agradecida/temerosa de su fe, lograría que hiciera lo que yo deseaba… ¡Y vaya que funciona!

-Por eso… como una buena niña que eres, ¿te gustaría ayudarme con los mandados de Diosito?

Tal pregunta sorprendió mucho a la nenita. En su tierno rostro parecía dibujarse una sonrisa de emoción mezclada con curiosidad. Es sabido que a l@s niñ@s les gusta ayudar siempre a los adultos en cosas que normalmente no les incluyen, ya sea por curiosidad o deseos de aprobación adulta. Y más aún Francesca que era muy devota.

-¿Puedo ayudar, Padre? – pregunta Francesca con una mirada de ansias que no ocultó para nada.

-Sí, preciosa… A Diosito le gustan las niñas bonitas deseosas de ayudarlo…

-¿Y cómo?

-Pues verás Francesca… Diosito siempre busca que las niñas muy bonitas ayuden a los sacerdotes con sus mandados muy importantes… ¡pero, muy importantes! – exclamo haciendo gesto de grandilocuencia para impresionarla por la solemnidad de mis palabras. – ¡Algo muy sagrado! ¡Algo que solo una nenita hermosa como tú puede hacer!

¡Funcionó! Sus ojitos estaban como platos de la impresión y me miraba expectante por la emoción y devoción de mis palabras…

-Pero sabes, como se trata de algo tan importante… es un secreto que no le debes contar a los demás hermanos… e incluso un secreto que no debes contar a tus papitos… ¿me entiendes?

-Siii, Padre… Siii…- responde la nenita mansamente.

-Muy bien, Francesca. Voy a decirte el nombre de las labores sagradas que haremos juntos, pero no lo repitas en voz alta sin mi permiso… ¿de acuerdo?

La nena asiente, al mismo tiempo que me acerco a su hermoso rostro para hablarle al oído y nuevamente sentir su aroma enloquecedor a niña…

-Escúchalo bien, Francesca… tú me ayudaras en mis labores con los sagrados y gloriosos “rituales” …

-¿Los rituales?

-SHHHH!!! ¡NO LO REPITAS! – exclamo en gesto de enojo fuerte.

-¡Ay! Lo siento, Padre… Pardon Pardon…- vuelve Francesca a disculparse en francés del susto por mis gritos.

No me había visto tan molesto hasta ahora, por lo que en ese breve instante traté de infundirle un susto tremendo para que captara inconscientemente que no debía decírselo a nadie.

-Solo por hoy te dejaré que lo digas…- la disculpo acariciando su sedoso cabello en gesto de calma porque se puso muy nerviosa de pronto y me miraba asustada. Nuevamente volvía a manipularla con el cambio repentino de mis carácter: -… pero recuerda que no le puedes decir de esto a nadie, ni a tus papitos ni a los demás hermanos, sino Diosito y yo nos enojaremos muchísimo contigo… ¿entendiste?

-Sí, Padre… Lo prometo- contesta mansamente la rubiecita de ojos verdes.

Continué acariciando su sedoso cabello mientras le sonreí en complicidad y la nenita correspondió regalándome aquel hermoso gesto con sus labios… ¡sin ninguna duda estaba a mi merced!

-Muy bien, Francesca… ¿has escuchado sobre los “rituales”?

-La maestra nos habló del ritual de la palabra…

-Muy bien… pero esos son rituales comunes y corrientes… no se compara a la importancia que tienen los rituales que Diosito tiene para nosotros dos…

-Padre… – levanta la mano la nenita como si estuviera en clase queriendo hacer una pregunta. El regaño anterior la había puesto muy sumisa hasta para preguntar.

-¿Sí, Francesca?

-¿Diosito se pone muy feliz con los rituales? – pregunta la pequeña aún con la manita levantada.

-Sí, Francesca, Diosito se pone muy feliz.

-¿Y usted, Padre?

Sonreí antes de contestar aquella “inocente” pregunta…

-Por supuesto, Francesca… Me pongo muy contento cuando una niña hermosa como tú me ayuda con los rituales… y me gusta contarle a todos lo buena y obediente que es esa niña por ayudar a la Iglesia…

Francesca sonríe al recibir tal respuesta, quizás sin saber que ya me intuía esa reacción…

-Entonces, Padre… hagamos muchos rituales para que Diosito se ponga contento…- suelta la nenita dando saltitos entusiasmada.

No podía estar más satisfecho con esta respuesta. Su predisposición a los “rituales”, sus respuestas, sus gestos, todo estaba saliendo según lo planeado. Aun con esas ultimas preguntas que no me esperé, pero que reflejaban que la nenita gustaba de no solo agradar a Diosito, sino de agradarme a mí, su sacerdote conviviente durante estas semanas.

-Sí, Francesca. Ya verás cuantos “rituales” haremos que te van a gustar…- respondo aun relamiéndome al verla semidesnudita solo con su truzita, diciéndome que hará cualquier cosa que le pida en los “rituales”.

-Y para comenzar, hay un ritual perfecto para una niña tan bonita como tú- suelto al mismo tiempo que la pequeña vuelve a poner sus mejillas sonrosadas por el halago.

-¿Cómo se llama el ritual, Padre?- pregunta la nenita emocionada.

-Escucha bien, Francesca… El ritual que Diosito desea que realices es “el ritual del cáliz”

-¿El ritual del cáliz?- pregunta Francesca asombrada. De seguro con lo inteligente que es, sabía que el cáliz era uno de los utensilios que usamos en la Eucaristía.

-Así es, preciosa. Para comenzar necesito que te des la vuelta un instante y cierres tus ojitos recitando 3 Padres Nuestros… ¿entendiste?

-Sí, Padre- asiente Francesca emocionada y se da la vuelta a su asiento dejándome ver su espaldita desnudita y blanquita. Tal figura delicada bajaba hasta su colita cubierta por aquella truzita rosa y la cual tantas veces rocé pero que ahora podría apreciar sin ninguna prenda… ¡Delirio!

La pequeña recitaba los Padre Nuestro cerrando sus ojitos, momento en el cual aproveché para sacar de uno de los bolsillos de mi sotana un cáliz y una botellita que me traje del almacén de la parroquia.

Llené el cáliz con el contenido de la botellita y lo coloqué sobre la mesa, a la vista de la pequeña.

-Ya puedes mirar hacia aquí, Francesca. – ordeno.

La nenita giró y miró sorprendida como aquel cáliz estaba a solo centímetros de ella.

-¡Wooo! Es el cáliz de la misa, Padre…

-Así es, Francesca… Como dije, vamos a realizar el “ritual del cáliz”…

-¿Y cómo puedo beber del cáliz?

Nuevamente me acerqué para hablarle al oído y comunicarle aquel secreto que provocaría una nueva escalada en nuestra relación.

Francesca reaccionó un poco dudosa, llevándose sus manitas a los labios. De seguro recordando algunas escenas parecidas que había visto con anterioridad.

-¿Qué sucede, Francesca? ¿Te da pena?

-Si, Padre… un poco…

-No tengas pena, preciosa… Diosito permite que las niñas bonitas como tú le sirvan y realicen estos actos… No es ningún pecado.

-¿Y Diosito no se va a molestar, Padre?

-Por supuesto que no, Francesca…- respondo con una sonrisa condescendiente.

-¿De veras, de veras? – pregunta con un puchero la nenita.

-De verás, Francesca… Confía en mi…- le respondo firmemente esta vez como para no dejarle dudas, y sin esperar su respuesta le acerco el cáliz a sus tiernos labios.

Francesca confiada cerró sus ojitos y dejó que la ayudara a tomar del cáliz.

-“Demos gracias al Señor…”- recito con voz solemne acercándome a ella y teniendo muy de cerca aquellos labios rosaditos que me llevaban a la locura.

-“…porque es bueno…” – contesta Francesca bebiendo por fin el cáliz. La pequeña bebió aquel jugo de uvas que tenía preparado con anticipación, saboreándolo antes de ingerirlo. Era dulce y de seguro delicioso para una niña de su edad.

-“Sea eterna su misericordia…”- contesto tomándola de su pequeño mentón y acercando mi rostro al suyo, dejándome llevar por aquel sentimiento que casi me hacía perder la razón…

¡Apoteósico! ¡Celestial! Finalmente lograba juntar mis labios profanos a los suyos. Finalmente besaba aquellos tiernos labios de miel con los que había soñado desde que la vi por primera vez llegando a mi parroquia. Al fin podía invadir con mi lengua su boquita de princesa, y abrirme paso, buscando a la suya de tal forma que se entrelacen ambas en una danza profana que solo conocen dos amantes muy apasionados.

-*Tosido* *tosido*… Padre…- suelta Francesca casi sin aliento.

El entusiasmo me había ganado y provocó que fuera con vehemencia con Francesca en busca del placer bucal que me otorgaban sus labios de princesa. Estaba abochornada y sus mejillas muy sonrosadas destacaban en su piel blanquita como la leche.

-Muy bien, Francesca… respira…-le digo sin disculparme acariciándola de paso para calmarla-… respira bien, preciosa… Diosito desea que continuemos con el “ritual” … ¿entiendes? – pregunto con gesto imperativo casi induciendo a que la nenita no tuviera más opción que obedecer.

-Si, Padre…- contesta Francesca mansamente inhalando y calmándose.

¡’Mmmmhhmmmmm’! No pude más y volví entusiasta a sumergirme en aquel morreo desmesurado que se volvió en desahogo por saborear aquellos labios de niña. Al mismo tiempo, acariciaba su cuerpito, manoseándola y dejando que mis toscas manos recorran todo aquel cuerpito de nena.

-Mmmhhmm….- soltaba apenas Francesca, al principio inexperta en contestar mis ínfulas por ella pero pareciendo adaptarse a aquella danza que bailaban nuestras lenguas. Sin duda, hay niñas que aprenden muy rápido cuando los adultos nos desvivimos por enseñarle… ¡Y Francesca era una de ellas!

No sentíamos el paso de lo minutos ni las horas. Estábamos perdidos en nuestro mundo. Ninguno de los dos parecía preocupado por terminar aquel bello acto disfrazado de “ritual” en el cual un adulto y una niña se besuqueaban con tal pasión desmedida que haría temblar la moral de aquel pequeño pueblo, ignorante de aquella relación profana.

¡*Jadeos*! Apenas nos tomábamos una pausa exhalando, para luego reanudar con denodada pasión nuestros más deliberados esfuerzos por comernos labios el uno al otro. No parecía haber fin para aquella escena inmoral en todos los sentidos. Ambos, adulto y niña, estábamos muy metidos en nuestros papeles, recibiendo aquellas sensaciones que nos inundaban a cada segundo.

Nada parecía sacarnos de nuestro ensimismamiento más que la mismísima naturaleza que nos robaba poco a poco la tenue luz solar que ingresaba a aquella habitación del segundo piso. En un abrir y cerrar de ojos ya estábamos a oscuras y solo iluminados por aquella luna menguante que emergía entre dos nubes.

-Padre…- suelta Francesca cuando finalmente me aparté, advertido por el cambio repentino en nuestra iluminación. Prácticamente la habitación estaba a oscuras.

-Francesca… mi hermosa Francesca…- digo sin poder contenerme y mirando aquello hermosos ojos verdes que parecían temblar de la emoción.

-…- Francesca bajó la mirada sonrojada y se llevó una de sus manitas a los labios, rozando con la yema de los dedos, algo confundida. Estuvimos un par de segundos más en silencio hasta que decidí romper el hielo.

-¿Qué te pareció, Francesca? – pregunto haciendo un esfuerzo para hablar con tranquilidad.- ¿Te gustó el “ritual” que hicimos?

-Sí, Padre…- contesta la nenita reaccionando y mirándome fijamente esta vez mientras aún seguía con su manita sobre sus labios. Sus ojitos aún me miraban con inocencia, pero también con ansias de aprobación. – ¿Lo hice bien, Padre?

-Sí, Francesca, lo hiciste muy bien… Diosito está muy contento…- contesto y la pequeña me devuelve una sonrisa que termina por iluminar mi desgastado corazón. Aquel hermoso rostro lleno de inocencia me provoca ir un poco más allá y atreverme a soltarle: – sabía que lo harías muy bien, Francesca… yo siempre confío en ti porque no eres como las otras niñas, ¡claro que no! Tu eres muy especial y por eso te quiero muchísimo…

-¿Usted me quiere mucho, Padre?- pregunta la pequeña mirándome a los ojos.

-Así es, preciosa… yo te quiero muchísimo…- contesto sin contenerme aprovechando para abrazarla y sentir su piel aferrándose a mi cuerpo. Quizás en otros momentos de lujuria hubiera aprovechado para desnudarme también y sentirnos piel con piel, pero quería que aquel fuera un momento tierno para ella -… ¿tú me quieres, Francesca?

-Sí, Padre… Yo lo… quiero mucho…

No puedo describir lo que siente escuchar aquellas palabras de Francesca: su español esforzado mezclado con su natal francés, su abrazo correspondiendo al mío mientras me dice aquellas palabras también al oído, en resumen, un momento mágico que solo recordaba vivir con mis Anita o Rebeca en sus mejores momentos…

-Entonces podemos hacer varios rituales, Padre…

-¿Si?- pregunto queriendo entender el contexto de sus palabras.

-Sí, Padre… porque mi mami dice que cuando dos personas se besan es porque se quieren mucho… entonces podemos hacer muchos rituales…

Al escuchar aquello se me vinieron a la mente varias ideas que podía aprovechar a futuro, sin embargo, había sido un buen inicio por el día de hoy. Un hermoso recuerdo de un primer acercamiento directo entre ambos, muy aparte de los tocamientos y caricias iniciales.

Decidí no avanzar más ese día. Ya con aquel pequeño avance me sentía satisfecho por ahora. En realidad, moría de ansias de seguir explorando la sexualidad de aquella criatura de 6 añitos, pero también deseaba un avance paulatino a fin de ganarme su confianza no solo por la fuerza de la fe sino por el cariño que empezaba a surgir entre ambos.

Ya había puesto la primera piedra con esto de los “rituales”. Había picado la curiosidad innata de aquella niña y ahora solo debía guiarla por aquel sendero, haciéndole creer que juntos iríamos descubriendo más de aquel placer excitante y desconocido para ella.

Mis tutorías a Francesca continuaron: mientras la nenita dibujaba en su cuaderno, no dejaba de apreciarla y relamerme al recordar su figura infantil debajo de sus vestiditos. Añorando aquella tarde donde nos comíamos mutuamente los labios cual dos locos enamorados.

La hermana Ada ahora la vestía según mis exigencias, bajo la excusa de que me preocupaba por todos los aspectos de su crianza tal como prometí a los esposos Dubois… ¡Y por supuesto que aproveché para comprarle nueva ropa! … En ocasiones sus vestiditos eran delgados y transparentes (por el calor) que si mirabas bien parecía que estuviera solamente llevando braguitas…. ¡Ufff! ¡Qué delicia solo recordarlo! La pequeña era una muñequita y provocaba probar todo tipo de vestidos con ella.

Cuando Francesca me llamaba para revisar sus dibujos, me acercaba a ella, abrazándola y de esa forma poder tocar su hermosa piel tan suave como la seda. Por su cercanía, pude notar que la nenita no estaba incomoda por lo que sucedía.

La pobre niña gustaba mucho de la atención adulta, y evidentemente mi papel como sacerdote me daba un rol importante sobre ella desde antes de que comenzáramos con los “rituales”. Y más ahora que habíamos comenzado a ser más “íntimos”, se me pegaba mucho buscando mi contacto voluntariamente y obviamente no desaprovechaba esa oportunidad para ponerme cariñoso con ella.

El resto de días, la pequeña siguió ayudándome con el “ritual del cáliz” cada vez que se lo pedía, incluso gustaba bastante de ello. Sus tiernos labios eran mi perdición, el solo imaginarme saborearlos y juguetear con su lengüita de nena, hacía que no pudiera aguantar en finalizar nuestras sesiones de estudio.

La hacia esperar hasta el final, porque sabía que la nenita también añoraba lo sucedido la tarde anterior y yo quería que ella fuera quien lo pidiera. Su mirada dudosa pero ansiosa la delataba rápidamente y jugaba a favor de mis poco decorosos propósitos.

“Padre, ¿podemos practicar el “ritual”?” aquellas tiernas palabras que salían de aquellos labios rosaditos que no tardarían en ser devorados como se deben por vuestro humilde servidor, mientras nuestras lenguas se fundían en un “beso francés” como Dios manda.

Sin quererlo la nenita se iba volviendo una experta besuqueando… con nuestras practicas intensas era difícil que no acabara acalorada y siendo desvestida de sus blusitas, dejándome toquetearla al mismo tiempo que reanudábamos nuestros besuqueos… ¡Apoteósico!

No pasó mucho para que escaláramos un nivel más hacia el inevitable destino que nos aguardaba. Apenas 4 días después de nuestro primer morreo, ya tenía todo preparado para el siguiente paso, incluso el pasar unos días antes de volver a picar la curiosidad de la pequeña de cabellos dorados con un nuevo “ritual” estaba dentro de lo previsto.

Sucedió mientras nos encontrábamos en su habitación en plenos morreos, luego de un breve intermedio mientras tomábamos aire, aproveché para dar el siguiente paso de mi plan:

-¿“El ritual de la purificación”? – pregunta la nenita sorprendida, mientras permanecía semidesnuda sobre la silla solamente llevando sus braguitas luego de que la desvistiera para nuestros habituales besuqueos.

-Así es, Francesca… Tal como dice en las escrituras, Diosito lavo del pecado a sus seguidores… para que se purifiquen del pecado…- le digo señalando una “Biblia” personal que Francesca me había visto llevar a mis “rituales”- …sin embargo, eso era para sus discípulos… para las niñas, Diosito escribió más cosas en las sagradas escrituras…

Abrí aquel libro en latín y recité las escrituras. Francesca evidentemente no tenía idea de lo que decía en latín y solo escuchaba devotamente lo que decía haciendo señal de oración. Luego de ello, comencé a “traducirle” los detalles del ritual, siendo lo más didáctico posible:

En sus ojitos llenos de inocencia pude ver el entusiasmo que añoraba de aquellos tiempos hermosos junto a Anita y Katy. Aquella fe en la religión mezclada con devoción por mí, su sacerdote, que me permitió salirme con la mía en tantas ocasiones…

-Está bien, Padre. Si Diosito necesita que hagamos ese ritual…

Dichosas palabras que salieron de sus labios con aquel delicado acento francés. Sin esperar mayor respuesta llevé a Francesca hasta su cama donde había colocado un mantel blanco que usábamos para la ceremonia de la misa, lo cual alimentó la creencia de la pequeña que todo esto lo hacíamos por el ritual.

-¡Es la señal de Eucaristía! – me dice Francesca sorprendida gateando sobre la cama llevando solo sus braguitas celestes… ¡Qué delirante imagen!

Yo estaba a tope todo el tiempo que estábamos morreándonos, y más ahora preparando toda la situación, pero me calmaba pensando en lo que vendría.

-¡A partir de ahora, este será nuestro altar!

-¿Altar?

-Sí, Francesca, mira…- le digo al mismo tiempo que coloco en uno de los costados de la cama un par de cálices simulando el altar de la misa, además de una palangana con agua bendita junto a unas toallas-… tenemos todo listo para el “ritual” … ¿entiendes?

-Siii…

-Muy bien, Francesca, necesito que te eches boca arriba… ¡Muy bien! – celebro cuando la nenita emocionada se tira solita sobre la cama dejando aquel bello paisaje de tener a una nenita de 6 añitos solo con sus braguitas echadita y sumisa a mis órdenes.

-¿Así… está bien…, Padre? – pregunta la nenita juntando sus manitas tímidamente.

-Sí, preciosa, así purificaremos todo lo que haremos sobre el altar…- sonrío la mar de contento.

-Siii…

Con total emoción de un devoto por su diosa, tomé de los extremos de aquella truzita celeste que cubría el tesoro mejor guardado por la nenita de 6 añitos y comencé a deslizarla lentamente revelando ante mí aquella rajita bendita con la que había soñado desde hace mucho tiempo… ¡Al fin!

Al fin tenía sobre aquella cama a mi pequeña musa de cabellos dorados, ofreciendo sin saberlo su tierna figura al sacerdote a quien tanto idolatraba y quien ahora la miraba con extrema lujuria.

¡Increíble! Había admirado su preciosa figura infantil, su piel blanquita con sus pezoncitos rosaditos que eran como dos botoncitos que deseaba devorar… Pero ahora por fin tenía ante mi aquella delicada línea, aquel hermoso tesoro con el que había soñado tanto tiempo… ¡Extraordinario!

Era imposible no relamerme mirando aquella rajita bendita, esculpida por la naturaleza y de tan tierna edad que lampiña como estaba parecía saludarme dando la bienvenida a aquellos lujuriosos ojos que la devoraban con total pasión…

Francesca debió notar que miraba mucho su vaginita, porque apenas me relamí la pequeña intentó taparse de seguro por timidez, pero yo fui más rápido y aparté sus manitas con decisión.

-¡Francesca, recuerda que no hay secretos entre nosotros ni con Diosito! – le dije aprehensivamente.

-Lo siento, Padre… –

Sin embargo, pese a estar al límite por devorar aquella sabrosa rajita, opté por calmarla primero y dejar que todo fluyera de acuerdo a nuestros anteriores rituales.

Tomé la palangana a un lado de la cama y una de las toallas para empaparla con ella y comenzar a recorrer con esta por todo su cuerpito, como si se tratara de un baño en seco…

-Ummm…- solo suspiraba Francesca por mis toqueteos disfrazados de limpieza corporal a toda su infantil figura de niña. La pequeña colaboraba por si sola, mientras por mi lado trataba de no dejar ningún rincón suyo fuera de mi alcance.

-Muy bien, preciosa… “el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido si no a servir y a dar su vida como rescate por muchos” …– recité solemnemente mientras la nenita muy devota se dejaba toquetear cerrando sus ojitos en gesto de devoción al escucharme.

-Ummm…Padreee…Jijiji- ríe Francesca sorprendida cuando comienzo a pasar mi lengua por todo su cuerpito. Ya no solo le pasaba con el paño, sino que me ayudaba a repasarla con arrebatadas lamidas por toda su piel.

-Tranquila, preciosa… Así te lavo mejor…. Mmmm!!…- respondo bajando con mi lengua cerca a su ombligo y paseándome sobre su pequeño abdomen.

-Está bien, Padre… Jijiji…. Ummm…- suelta la nenita ruborizada y con mayor bochorno de todas las sensaciones que debe estar experimentando.

-Uff…!! Mmmmm!!! Mmmm!! – no dejo de lamer mientras sigo limpiándola con el paño en otros lugares, y con mi otra mano aprovecho para manosear sus pezoncitos… ¡Triple ataque!

Con el paño húmedo como excusa, aprovechaba para también usar mi lengua con el propósito de limpiarla yo mismo y causar estragos en los sentidos de la pequeña francesita. Recorría su cuerpito sin ningún tapujo, degustando de aquella tersa piel como la seda, tan suave y tan dulce como me la había imaginado… ¡Dicha suprema!

Sin embargo, era hora de avanzar un paso más en la conquista de aquel cuerpito infantil. Lento pero seguro me apresté a ir por aquellos dos objetivos que había devorado con la mirada cuando retiré su vestidito por primera vez.

-…Gloire à Dieu, paix sur la terre…- comencé a recitar en francés “Gloria a Dios” para bajar aún más la guardia de la pequeña mientras seguía con mis lamidas.

-…Glori…. Ahhh… à Dieu… Aaaaaaahhhh…-contestó Francesca gimiendo rico al último cuando de pronto deslizaba mi lengua pasando por primera vez sobre sus pezoncitos, saboreándolos como energúmeno hambriento por escuchar sus gemidos.

¡Que rico gimió Francesca! Aún recuerdo aquel gritito de su vocecita tan dulce que ahora sentía por primera vez llena de lujuria ante los estragos mi experimentada lengua.

Ansioso por crear un nuevo vínculo, moví mis manos de tal forma que me entrelazara con las suyas creando una complicidad única con mi tierno ángel de 6 añitos, apretando aquellas manitas de niña, al mismo tiempo que aumentaba la frecuencia con que mi lengua pasaba por sus tiernos botoncitos… ¡Locura total!

-Aaaaahh…Uuuuumm…- gime Francesca reaccionando abochornada ante mis desesperadas lamidas sobre sus pezoncitos rosaditos de princesa. Sus manitas apretaban mis dedos por el esfuerzo, lo cual solo aumentaba el morbo de aquel dulce acto.

-Mmmm… ¿Qué sientes Francesca? – pregunto haciendo círculos con mi lengua sobre su diminuta areola.

-…Ahhh…C’est bonaa… Ahhh…- gime Francesca sonrosada por el bochorno. Era muy sensitiva comparada con otras de mis niñas y claramente sus sentidos se disparaban con cada uno de mis movimientos experimentados.

-…Mmmm…. ¡Francesca!… ¡que lindos botoncitos tienes aquí, Dios Bendito! – murmuré sin poder contenerme. Sin embargo, la nenita seguía con sus ojitos cerrados por mis lamidas sobre sus botoncitos rosaditos. Era evidente que se encontraba sumergida en el mar de sensaciones que por primera vez experimentaba a plenitud.

Poco a poco se fue acostumbrando a mis degustaciones sobre su piel, apretando mis manos con sus tiernos deditos cuando era muy brusco y soltándose cuando quería que siguiera la intensidad de mis lamidas.

-Ahhhh….Ummm… Jijiji… “bonito”- suelta Francesca tras una risa nerviosa que me sorprendió. Además, había utilizado “bonito” que era la palabra que solía usar en español cuando quería decir que sentía “rico” en nuestros rituales.

-… ¿Sientes “bonito”, Francesca? – pregunto emocionado al escucharla soltarme ese delirio con su vocecita tan dulce.

-… Sí, Padre… “qué, bonito” … Jijiji…- responde Francesca riendo juguetonamente cuando deslizo mi lengua desde su pancita hasta subir hacia sus pezoncitos.

Normalmente soltaba frases en francés cuando la estimulaba, pero que se haya aprendido aquella palabra y la soltara naturalmente me hacía sentir que había algo mucho más intimo entre ambos… una mayor conexión de sacerdote-niña, que era lo que yo mas quería… ¡Grandioso!

Se me hacía tan linda verla sobre la cama retorciéndose por los placeres que iba aprendiendo a sus 6 añitos, que por un momento interrumpí mis manoseos para acercar mi rostro al suyo y plantarle un apasionado beso.

-Padre… – suelta la nenita correspondiéndome en mis bríos por degustar de sus tiernos labios. Nuestras lenguas comenzaron a bailar en una danza profana, impropia para una pequeña de 6 añitos pero que Francesca había aprendido con suma presteza.

Volví al mismo tiempo a acariciar su precioso cuerpito infantil, pasando mis dedos, pero ya sin el paño por su piel tersa como la seda, rozando con mis dedos rugosos toqueteando a aquel pequeño ser que amaba con locura. Aquella hermosa nenita de cabellos dorados que se entregaba a voluntad a este libidinoso sacerdote.

-Francesca… ¿te gustan nuestros “rituales”? – pregunto acariciando su sedoso cabello con una mano mientras que con la otra continuaba manoseando su cuerpito.

-Sí, Padre… se siente bonito…- suelta Francesca.

-¿Tienes miedo?

-Non, Padre…

-¿Quieres que sigamos?

-Siii…

¡Magnifico! Con esa sola respuesta, crepitaba aún más fuerte en mí la llama de la pasión por aquel bello ángel de seis añitos. ¡Qué hermoso poder disfrutar a plenitud de aquella tierna nenita! ¡qué dicha el poder acariciar aquella piel tersa como la seda! ¡que júbilo el poder disfrutar aquella sensación de rozar con tus dedos el caminito desde sus pezoncitos infantiles hasta su grutita deliciosa!… ¡Qué tremendo delirio!

Y es que realmente no planeaba quedarme solamente concentrado en sus pezoncitos… ¡claro que no!… mis sentidos desde hace mucho me apuntaban hacia el tesoro mejor escondido de la pequeña… ¡aquel tesoro con el que había soñado incontables ocasiones!

Seguí manoseando su precioso cuerpito infantil mientras Francesca seguía echadita boca arriba pero ahora con los ojitos cerrados y juntando sus manitas en señal de rezo… ¡era el momento!

Con sumo deleite, comencé a bajar con mi lengua por aquel caminito desde sus pezoncitos pasando por su abdomen hasta llegar a aquella sabrosa rajita.

Le Seigneur soit avec vous… ¡Mmmm!… – recito al mismo tiempo que deslizo mi lengua sobre su pequeño monte de Venus, preludio a la conquista del paraíso terrenal que anhela todo amante de las nenitas.

Ummm….Et avec votre esprit…Aaahhh– gime Francesca con los ojitos cerrados.

Inundado de aquella emoción que antecede a la conquista de una nueva niña, vuelvo a abrirla de piernas nuevamente y a revelar ante mí nuevamente su deliciosa rajita infantil, aquella vaginita que era la más hermosa que había visto en toda mi vida…

¡Alabado sea el Altísimo! ¡Dichosos mis ojos por apreciar tal espectáculo!

“Da, Domine, virtutem manibus meis ad abstergendam omnem maculam” – recitaba fingiendo la mayor solemnidad posible mientras me relamía nuevamente y con descaro al ver frente a mi aquella línea bendita, el mayor tesoro de la pequeña rubiecita.

-Aaa…Umm… ¡Padre!… – exclama abriendo sus ojitos Francesca, cuando con suma premura me disponía a darle una buena lamida a aquella rajita lampiña.

Debió sentir mi respiración cerca de su zona especial, aquella ansiosa exhalación del ser devorador de niñas que ansiaba por agregarla a su lista de pequeñas degustadas en estos deliciosos placeres carnales.

-¡… y sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía…! – exclamo ansioso y con severidad, para darle a entender que era un momento importante de nuestro ritual.

-¡…Amén…! Umm…- contesta Francesca, aunque seguía contemplándome mirar su chuchita.

Deslicé uno de mis dedos desde su abdomen hasta su rajita y por fin pude tocar directamente aquel dulce tesoro que la rubiecita exhibía frente a mis ojos. Francesca miró aquel contacto y aunque seguía sonrosada por la vergüenza, pareció recobrar su compostura con los salmos que recitábamos.

La pequeña volvió a echarse sobre la cama, cerrando sus ojitos y tácitamente dándome vía libre para lo que estaba por suceder.

-Aaaaahhhhh…. Padreeeeeee…- chilló fuerte Francesca cuando abriendo los pliegues de su rajita impulsivamente hurgué con mi lengua profana por toda la superficie de su infantil coñito.

¡Finalmente me venció la locura! ¡Fui muy rudo sin pensarlo! En aquel momento de máximo deleite me entraron unas ansias de devorarme como Dios manda aquella dulce panochita. Casi sin preocuparme por como reaccione, y amparado a que éramos los únicos en aquella residencia.

Ya había podido sentir con mis dedos la delicadeza de aquella tierna panochita, pero el lograr pasar mi lengua por aquellos pliegues era una sensación demasiado única como para contenerme.

-Mmmmm!!! Sluurrrppp!!– sorbía ruidosamente sin miedo a ser descubierto. Como poseso por Eros, relamía su rajita infantil cual energúmeno se sacia del cáliz bendito y ha abandonado cualquier recato remanente.

-Ahhh… Ummmm….Padree…

-Mmmm!!! Ohhh…. Mmmmm!!!

-Ummm….uuuumm….- Francesca entrecierra sus ojitos mientras soporta todo el tratamiento a su rajita. Se la ve totalmente abochornada.

-Mmmmm…. Mmmmm …- vuelvo a ser suave sobre su rajita, queriendo acostumbrarla al bailoteo suave de mi lengua sobre sus pliegues a fin de cubrir toda la superficie y darle ese gustito que veo delatarse en su inocente sonrisa… ¡La pequeña lo estaba disfrutando a tope!

Contentísimo, me dispongo a dar mi siguiente movimiento y jugármela nuevamente a por todas.

-Sluuurrppp!!! Slurrrppp!!- descaradamente comienzo a sorber con fuerza aquella conchita, haciéndola temblar sobre la cama, mientras intenta juntar sus piernitas, aunque mi cabeza entre ellas impida este movimiento predecible.

-Padre… Padreeeeeee… Aaaaaahhh….-chilla Francesca tomándome del cabello e instintivamente queriendo alejarme, de seguro inundada del mar de sensaciones que la desbordaban…

¡Pero no di marcha atrás! ¡Claro que no!

-¡SLURRRPPP!! ¡SLURPPP! – ni tonto ni perezoso, y sabiendo que a su tierna edad su rajita debía ser hipersensible, continué sorbiendo como desquiciado por arrancarle más grititos de placer.

-Aaahhhh…. Padreee… Ummm… Ahhh!!!!

-Mmmm!!! ¡Rendons… grâce au Seigneur notre Dieu.…!! SLUUUUUUURRRPPP!!!! recité un último salmo, apenas instantes de darle una tremenda sorbida que levantó de la cama a la pequeña rubiecita.

-Ahhh…. Aaaaaaaaaahhh…- gime rico Francesca con su vocecita de ángel, como nunca lo había hecho… liberándose en un gritito celestial…

¡Qué hermoso chilló la pequeña! Casi que se levantó totalmente de la cama, pegando instintivamente su rajita a mi rostro mientras contemplaba el primer orgasmo en toda su vida…. ¡Espectacular!

Cual, si se sumergiera en un nuevo mundo, la pequeña se movió instintivamente dejándose relamer cuando hasta hace instantes pensaba huir de las sorbidas a su dulce coñito infantil. Se quedó echadita sobre la cama abierta de piernas, mientras me dejaba internarme en su abertura para sorber sus juguitos de princesa… ¡Delicia celestial!

-¡Benditas sean las niñas que sirven a nuestro Señor!

-¡Amén! – contesta Francesca aun reposando echadita sobre la cama y exhibiéndose una dulce sonrisa.

Ya en ese punto, no tenía que hacer mucho esfuerzo por adornar mis rituales pecaminosos con lógica. Cualquier salmo fuera de contexto bastaba para satisfacer la mente de la pequeña que ahora debía estar bañada en endorfinas que recorrían su infantil figura de 6 añitos.

¡Pero no estaba dispuesto a detenerme!

Fue así que en medio de loas y alabanzas eclesiásticas (cada vez más inverosímiles), continué con el “ritual” junto a la pequeña rubiecita de 6 añitos, deleitándome del placer carnal que me otorgaba ese cuerpito infantil… también ansioso por desahogarme junto a ella de aquellas ganas que le llevaba desde hace mucho tiempo.

Pese a la locura que me provocaba su inocencia y su bella figura infantil, no deseaba equivocarme en ningún paso de mi elaborado plan para ganarme el favor total de aquella dulce nenita, a fin de degustar a plenitud de aquella hermosa relación que estábamos construyendo juntos. (que os puedo decir, la pequeña me tenía muy enamorado)

Sin embargo, eso no me impedía seguir disfrutando de aquello nuevo y placentero que habíamos descubierto para ella. Aquel nuevo ritual del cual podríamos sacar mucho “provecho”.

Francesca era un manjar de niña y así se lo hice saber volviendo a arrancarle gemidos con mi experimentada lengua, cuando reanudé mis manoseos a su tierna figura infantil. No permití que se me escapara a todo el “tratamiento” que tenía reservado para su cuerpito y recorrí cada cm con la más manifiesta devoción que me fue posible.

Aquel bello ángel desnudo deleitaba a este buen amante de las nenitas, conminándolo casi por obligación biológica a relamer aquella rajita bendita que le sonreía pecaminosa … ¡El sacerdote degustaba del más exquisito manjar que ofrecía aquella pequeña de cabellos dorados!

-Aaahhh… Ummm… Padreeee…

Francesca gemía con su vocecita mientras le daba tratamiento a su deliciosa vaginita, echadita sobre la cama, sonriendo de gustito ante mis avances denodados por sumergirla en los placeres de Afrodita, y mostrarle un nuevo mundo de sensaciones.

-Ahhhhhh… Padreeeeee…- gime cuando me concentro en su pequeño clítoris.

-¿Te gustó nuestro “ritual”, Francesca?

-Ahhhhhh… siii.. siii.. Padre, qué “bonito” … Ummm…Jijiji…- Francesca ríe con su vocecita tan dulce, llenándome de una tremenda paz por saber que disfrutaba tanto de aquel “tratamiento” a su chuchita.

La rubiecita estaba tan sensitiva y casi lagrimeando del placer que experimentaba a su tierna edad. En su mente de seguro revivía sus epifanías leídas en aquellos “pasajes” de la Biblia que leíamos juntos, donde niñas como ella gozaban de las delicias de la carne junto a sus sacerdotes …

Ni se imaginaba que aquel orgasmo que había experimentado a tan tierna edad poco tenía que ver con los ritos religiosos que pregonaba en mis homilías, y más bien eran producto de actos pecaminosos encubiertos para poder degustar de su perfecta figura infantil.

-Ayyy.. aaaahhh… Padreeeeeee…- gime mi niña cuando de pronto me pongo más agresivo, apretando con mis dedos sus pezoncitos al mismo tiempo que mi lengua viperina acelera el tratamiento a su pequeño clítoris apenas visible…

Rendons grâce au Seigneur notre Dieu….

-Ahhh….Cela est juste et bon…Padree… Ahhh…

Movía sus botoncitos, lamiendo como desquiciado su conchita, elevando el mar de sensaciones sobre ella, ansioso volverla a llevar a la cima del placer hedónico…

-Aaaahhhh… Ummm…. Padreee…

-Mmmmm!!!… Sorbbbb!!…. Mmmmm!!!

-Ummmm…. Ahhhh….

-Mmmm!!… Sorbbb!! Mmmm!!

-Padreeeee… Ummmm!!!…- gimió Francesca, cuando de pronto trato de ingresar uno de mis dedos entre los pliegues de su rajita.

Al fin podía sentir aquella membrana que ansiaba por atravesar para reclamar a aquella niña como de mi propiedad… ¡Glorioso!

-Slurrrppp!! Slurrrppp!!

-Aaahhh… Aaaahh….!!

-Slurrrppp!! Slurrrppp!! – sigo sorbiendo anticipando que la nenita estaba a puertas de otro desahogo más.

-Aaahhh… Aaaahh….!! – gime Francesca con sus delirios cada vez más agudos y cerca del clímax.

-Slurrrppp!! Slurrrppp!!

-Aaaaaaahhhh… Padreeeeee….!!

-SLURRPPPP!! SLURRPPP!!

-Aahhhh!!! Aaaaaaahhh!!!

-SLURRRPPP!! OHH!!! SLUUUUUUUURPPP!! –

-AHHH!!! PADREEEEEEE!!!

Chillando con un gritito delicioso, la pequeña rubiecita se deja llevar completamente por la gracia de Afrodita que baña sobre ella todo el prohibido y excitante placer, vedado para una nenita de su edad, que la tiene lagrimeando y con sus ojitos cerrados por el esfuerzo…. ¡Delirante paisaje!

Tremendo orgasmo se había llevado la pequeña de 6 añitos. Allí estaba mi pequeña Francesca, echadita sobre la cama, aun sonrojada y sudorosa por todo lo sucedido.

Yo estaba igual, y aún con más ganas de continuar, sin embargo, este había sido un gran avance para mis indecorosos propósitos.

La pobre había experimentado dos orgasmos fortísimos a tan tierna edad. Era demasiado castigo para su novicia vaginita que emanaba los fluidos de ambos como prueba del acto pecaminoso que acabamos de realizar.

Tras limpiarla y cambiarla de ropa, volvimos junto a Francesca al comedor. Ya había pasado buen rato desde el inicio de nuestros “rituales” y la hermana Ada no tardó en llegar para poder servir la cena y vestir a la pequeña para que se fuera a dormir.

Por mi parte, aún me quedaban sus braguitas con las que la limpié y que hábilmente sustraje para guardármelas junto a mi colección de trofeos de otras niñas que han caído en las garras de vuestro humilde servidor.

No pude aguantar todas las ganas contenidas previamente y aproveché para hacerme tremenda paja, restregándome con ellas hasta mezclar nuestros fluidos imaginando que, si mi plan seguía, muy pronto no solo haría mía a esa hermosa nenita rubiecita, sino que gozaría de su complicidad y consentimiento en todos los indecorosos actos que se me ocurrieran… ¡No podéis imaginar cuanto comía ansias porque llegara aquel momento tan sublime!

Al día siguiente, parecía a simple vista que no había mayores cambios en el comportamiento de Francesca. La hermana Ada me comentaba que la veía normal, aunque sí algo más apegada a mí y preguntando cuando volvería de mis labores parroquiales.

Sin embargo, yo sabía que nada volvería a ser lo mismo. A partir de ese día iríamos escalando cada vez más en nuestra relación, profundizando más en las delicias de la carne, y explorando ámbitos de la sexualidad que están vedados para una nenita de su edad… pero eso, eso será motivo de otro relato. Hasta entonces.

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